En estos tiempos que corren tan acelerados, nuestra cotidianidad familiar está organizada, en la mayoría de los casos, para los adultos en función de nuestros trabajos, y para los niños en las instituciones -guardería, escuela, etc- que con sus horarios y sus normativas, de alguna manera, van determinando el devenir de nuestras vidas.

En España cuando nace un bebé, a las 16 semanas el Estado invita a la madre a volver al mundo laboral, priorizando su capacidad productiva al servicio del sistema económico establecido, por encima de su capacidad y necesidad maternal, emocional, hormonal y mamífera, al servicio de la salud y bienestar humano; y al pequeño, totalmente dependiente del afecto y del calor del cuerpo materno, a iniciarse en la guardería, a separarse y alejarse de sus auténticas necesidades vitales trascendentales para devenir un Ser feliz, pero sobre todo Sano.

Los actuales estudios del neuropediatra Nils Bermang entre otros, reafirman cuán importante es cuidar del bienestar del bebé para su desarrollo evolutivo-afectivo-emocional-cognitivo.

La inexistente conciliación entre la vida laboral y familiar nos obliga inevitablemente a asumir una estructura diaria física y emocionalmente costosa y agotadora, que muchas veces ponen de manifiesto las conductas de los niños, y que no hace más que evidenciar que el foco de lo que nos mueve no está situado en la vida misma, sino en el deber cumplir aquello que “nos es exigido”.

Somos testigos de cómo la mayoría de los niños, después de largas jornadas en el colegio, deben seguir cumpliendo con extra-escolares o con deberes, y en muy pocas ocasiones disponen de tiempo libre para estar tranquilos, descansando, jugando o haciendo lo que a ellos les apetece.

Así nos vamos acostumbrando a estar desconectados de nuestras verdaderas necesidades desde bien pequeños y a ser dirigidos siempre desde fuera, sin tener en cuenta no sólo lo que deseamos, sino lo que es indispensable para nuestro adecuado desarrollo.

De alguna manera los adultos acostumbrados a este circuito, asentimos anestesiados a la realidad, sin tener demasiada conciencia de nuestra verdadera responsabilidad en ello, ni tampoco de nuestra fuerza interna que nos permitiría transformarla.

A  mi consulta llegan madres muy angustiadas porque sus hijos han sido diagnosticados con TDAH –trastorno por déficit de atención e hiperactividad- señal que se manifiesta como una auténtica rebelación a las consecuencias reales de la dolorosa y apresurada separación, y de cómo al pasar de los años encerrados en lo institucional, lo normativo y reglado, sostenido desde la homogenización de lo subjetivo, se va poco a poco adormeciendo y desvalorando lo individual de cada niño, justamente aquello que lo caracteriza y lo hace único como ser vivo.

Llegados a este “rebelarse” que nos trae el niño, lejos de mirarlo como un trastorno, podemos aprovecharlo como una gran oportunidad para cambiar, para parar, mirarnos,  abrazarnos, volver a recordarnos de lo importante, y tomar la responsabilidad en lo cotidiano, transformando aquello que no nos va bien, cultivando una escucha amorosa sin juzgarnos y respetando nuestra verdadera naturaleza