El bebé nace; el tiempo se detiene en un suspiro, en su mirada, en su llanto.
Nuestros cuerpos cansados, débiles, agrietados, sostienen esa sublime criatura desde una fuerza interna que sale desde lo más visceral de nosotras, de un lugar antes desconocido.
Nadie nos ha hablado de estos primeros días, nadie nos ha explicado de qué se trata todo esto; de las emociones contradictorias, las sensaciones tan intensas, los miedos, el cansancio, el agobio y la inmensa felicidad que se vive al mismo tiempo.
Nunca habíamos pensado que además del nacimiento viviríamos tantos duelos, tantas pérdidas… la pérdida de aquél cuerpo físico, del espacio y disponibilidad emocional con la que contábamos, de los momentos con la pareja, de nuestra energía al servicio de los espacios sociales visibles, la pérdida de nuestra identidad, aquella que nos sostuvo durante tanto tiempo…
El puerperio se nos presenta como un camino intenso, por momentos caótico y desordenado, por momentos sereno y tierno; un baile fusional cuerpo a cuerpo yo y mi bebé, solos, conociéndonos: entre lo imprevisible y lo incierto.
Este nacimiento nos transforma y nos permite despertar a un nuevo amor infinito e inmenso, y en paralelo transitar situaciones que pueden ser muy difíciles, e incluso hasta extremas.
Es así como vamos oscilando en un tobogán emocional que sube hacia la cima de la plenitud, y puede bajar en picado hacia la desesperación y el desconsuelo.
Es habitual que además nos lleguen desde el exterior una inmensidad de consejos “bien intencionados” que nos marean, nos angustian y nos infantilizan.
Esas palabras que provienen del otro – el pediatra, la enfermera, mi madre, la suegra, la pareja,- nos retumban en los oídos y se mezclan con el llanto del bebé, nos llenan de impotencia, y nos producen descontento.
Desde nuestra sensibilidad alterada por ese torbellino hormonal, nos sentimos continuamente juzgadas y no podemos escuchar nuestro saber interior, ni escuchar en nuestro bebé aquél lenguaje que comenzará a instalarse entre nosotros, aquellos signos.
En este inicio estamos a solas con el bebé, nadie puede –ni debe- interferir entre nosotros, somos UNO, lo mismo, nutriéndonos mutuamente desde el calor, la leche, la mirada, el contacto, el cuerpo.
Me gusta pensar el puerperio desde la imagen simbólica del cordón umbilical que sigue sosteniendo la unión de nuestros cuerpos.
Interferir, cortar, separar, negar, no respetar este momento vulnerable tan delicado y esencial de la especie humana, sembrará el inicio del malestar, del enfermar, de la violencia tan propagada en estos tiempos.