Otro de los temas muy presentes no sólo en la crianza y educación de los niños, sino en general, en todas nuestras relaciones, es el tema de los conflictos.
Depende mucho el enfoque o la mirada que tengamos sobre ellos, esto influirá o determinará el abordaje y/o posible “resolución” de los mismos.
Yo siento que está instalado en el imaginario social, la idea del conflicto como algo negativo, algo que debemos evitar y que nos trae problemas, dolor, separación, frustración, descontento, malestar. El conflicto nos incomoda y nos carga, nos altera, nos quita del bien-estar y por ende, mejor huir que enfrentarlo.
Esto se plantea así porque nos cuesta mucho aceptar yo diría, “la Unidad dual” de la vida misma, y por ende, las dos caras de las emociones, quiero decir: nos gustan siempre las cosas “positivas” y lo que no es así, mejor lejos y excluido…
Pero este enfoque es parcial y no toma la amplitud de la vida con todos sus matices: el día y la noche, la luz y la sombra, el frío y el calor, el ying y el yang…
Aunque hay otro punto de vista desde dónde el conflicto puede ser una oportunidad para crecer, aprender, situar o colocar cosas en nuestras relaciones, incluso para fortalecerlas!
Me enfocaré principalmente en los conflictos entre niños y lo que esto puede dar de sí para permitirnos preguntarnos y trasformar cosas.
Muchas veces en los espacios compartidos entre niños, se dan con frecuencia continuados conflictos. En la escuela, en el parque, en las plazas, sin que dos niños se conozcan, un objeto puede mediar, para que se encuentren en una lucha de fuerzas por él, que a primera vista, crea sólo tensión entre los pequeños
Simplifiquemos con un ejemplo: supongamos que mi hijo tiene dos años y que está jugando con una pala en el arenero. De repente aparece otro niño en la escena que trae un camión para cargar y descargar, que es muchísimo más atractivo para el juego de llenar y vaciar, muy natural en estas edades.
Inmediatamente veo a mi hijo dejar su juego, y casi impulsivamente dirigirse hacia ese objeto en busca de él, con el afán de agarrarlo para jugar en ese preciso momento. Claro que el niño no se pregunta siquiera si puede o no hacerlo, sencillamente se lanza a la búsqueda de lo que él desea.
Entonces mi niño se hace con el camión y en ese preciso momento el otro niño –o su madre muchas veces!- se frustra y quiere recuperar lo que es suyo. Allí comienza un conflicto por el camión y la película puede acabar de mil maneras…
…Depende el momento evolutivo que estén atravesando estos niños, por ejemplo es muy difícil para un niño que está en su fase egocéntrica de reafirmación, o atravesando la separación fusional con su madre, soltar, desprenderse del objeto…
…depende también de la situación familiar-particular que el niño esté elaborando –por ejemplo la llegada de otro hermanito, un cambio de casa, un duelo, etc
…así como también depende del valor que el dueño del juguete le dé su camioncito, o lo que haya proyectado sobre él – aunque muchas veces algo que para nosotros no tiene valor, en el momento en que otro lo valora pues entonces lo queremos! -El deseo es el deseo del otro, dicen los psicoanalistas!
…o depende de lo que la situación actualice en ambos en relación a cómo se relacionan con los objetos –que tiene que ver con la relación del niño con su objeto primario: mamá!-,
O depende de la diferencia de fuerzas que exista entre los niños, y no digo de edades, ya que a veces puede que un pequeño tenga más fuerza que un niño mayor que él…
…pues depende de tantas cosas… que detrás de un conflicto no sabemos muchas veces cómo posicionarnos adecuadamente.
Y entonces ¿qué hacemos?
Veamos…
Está claro que los adultos cuando vemos un conflicto entre dos niños siempre pretendemos que se solucione –aunque nosotros mismos no somos capaces muchas veces, de mirar nuestros propios conflictos con los otros, y mucho menos de afrontarlos-.
Está claro que lo “justo es justo” y el camión es de su dueño y a su dueño tiene que volver, el tema es: cómo?
Si algo he aprendido en mi trabajo con los niños, es que la mayoría de las veces, los adultos creemos que sabemos resolver mejor el conflicto y nos anticipamos, dirigiéndolo según nuestras intenciones y expropiándole al niño de la oportunidad y del propio aprendizaje de lo que esta situación le plantea.
Esto no significa que no tengamos que intervenir, solamente comparto, que muchas veces sólo prestando mi presencia física, es decir, acercándome hacia los niños al mismo nivel de su altura, sentada tranquilamente cerca de ellos, mirándoles a los ojos sin juzgarlos ni tomando partido, y acompañando lo que acontece –sin intención de cambiar nada, simplemente estando a la expectativa y receptiva- entre ellos lo han resuelto sin contar con “mi ayuda”.
Supongamos que no es el caso y tenemos que intervenir. Si mi hijo no quiere devolver ese objeto que no es suyo, pues lo siento por su dolor y su frustración, pero debe hacerlo. Le propondré entonces que lo devuelva o sino lo haré yo misma –es decir, le doy la opción de que el movimiento lo haga él-.
Entonces yo le comprendo y acojo su llanto sin pretender que no viva mal lo sucedido. Puedo también ponerle palabras a la situación como por ejemplo: tú querías el camión y no ha podido ser, eso duele… llora si lo necesitas… yo estoy aquí para acompañarte…, lo que no voy a permitir de ninguna manera es que desde su frustración se lastime o lastime al otro o me lastime a mí, o rompa el camioncito!!!, entonces si hace falta físicamente le contengo con un abrazo.
Pero a veces, no llegamos a tiempo a contener este enfado ni el manotazo que daña a otro niño, y por dentro a los padres –tanto del niño que ha recibido, pero más a los del niño que ha pegado- se nos mueven y actualizan antiguas heridas que nos revuelven el estómago y nos conectan con nuestra rabia, nuestra frustración y nuestro enfado. Y desde allí, en lugar de acompañar lo que acontecido, proyectamos y juzgamos lo sucedido o al niño que ha pegado –esto es lo que suele suceder- poniéndole mucho peso a la situación –esto No puede ser!- en lugar de asentir y comprender que así los niños van aprendiendo a vincularse en lo social con los otros, y al mismo tiempo nos van invitando a sus padres a mirar íntimamente nuestra historia personal, que ineludiblemente nos lleva a nuestro propio niño herido.
Desde esta mirada más amplia, los conflictos se aprovechan como UNA VERDADERA OPORTUNIDAD para trascender y transformar aquellos tópicos “éticos y morales” –sociales- limitados, que sólo nos invitan a seguir en el juicio y en la dinámica de reproducción de “lo que está bien y lo que está mal”, sin mirar más allá de lo acontecido.