El lugar del padre en la crianza y educación es un lugar complejo y muchas veces difícil de percibir con claridad.
Sin tener intención de generalizar, me animo a compartir una reflexión fruto de mis encuentros con algunos padres de familia en situaciones diversas.
Las mujeres contamos desde hace unos años con los aportes de Laura Gutman –entre otros- que ha podido poner voz a aquello que vivimos las madres en esos momentos de tanta vulnerabilidad, y ha podido describir y nombrar con minuciosidad, la crisis vital que conlleva esta grieta que se abre –la mayoría de las veces- con el parto de nuestros hijos.
A diferencia de nosotras que tendemos a reunirnos y compartir, expresarnos, descargarnos, acompañarnos y buscar ayuda en otras mujeres en relación a lo que nos trae la maternidad, los hombres raras veces hacen esto. Su tendencia es distinta al igual que su naturaleza, y en este sentido, no tienden a buscar, ni disponen de muchos apoyos o espacios para abordar estos temas con otros hombres.
Tampoco ellos han tenido el registro corporal que hemos tenido las mujeres, del paso de la infancia a la pubertad con la menstruación, y del paso de Ser hijas a Ser madres con el embarazo y el parto!!!
Escucho a menudo por parte de algunos padres, un malestar en relación a sentirse desplazados no sólo de sus hijos sino también de sus mujeres, y perdidos, sin saber muy bien por dónde encontrar su lugar.
Y no me refiero a un pedido infantil actualizado hacia la madre –lugar en donde muchos padres se colocan también-, reclamándola como un pequeño, me refiero a una situación que dice más acerca de la posición de algunas mujeres, que obtenemos beneficios –inconscientes- refugiándonos en “la maternidad”.
Cada vez con mayor frecuencia hay más padres que no sólo son soporte y sostén –emocional y económico- de la madre, sino que además se ponen al servicio del cuidado de los pequeños, los portean, los bañan, los asisten y los acompañan, mientras algunas mamás, incapaces –inconscientemente- de afrontar el malestar que con la crianza se nos actualiza, corremos despavoridas al mundo del trabajo, de las relaciones, de un escape que nos permita mantenernos “enteras” en estos momentos…
Es decir, muchas veces es el padre quién cumple la función femenina de maternaje, mientras las madres salimos al mundo vertiginoso y masculino del trabajo.
Algunos hombres comparten la sensación de estar dándolo todo de sí y a pesar de ello muchas veces, no son bien mirados, siempre les falta algo, siempre lo hacen “peor” o desde un lugar menos respetuoso que nosotras: las madres que hemos llevado en el vientre al niño y lo hemos parido… por eso sabemos más que ellos!
He sido testigo –algunas veces- en mi práctica con familias, de una exigencia desmesurada que las mamis hacemos a nuestras parejas, desde una necesidad por satisfacer un inmenso y desolador vacío que el otro nunca podrá llenar y que tiene que ver con nuestras propias carencias primarias.
Cuando las madres nos refugiamos en la crianza, la mayoría de las veces no queremos afrontar el malestar instalado en la pareja; y es entonces cuando ponemos al niño a ocupar el lugar del padre o por encima de él.
Esto no sólo descuida al niño y lo descoloca, sino que descuida del orden de todo el sistema familiar. De esta manera, las mamis tan respetuosas con las necesidades de los bebés, los cargamos todo el día y le damos el pecho a demanda, pero desplazamos a los padres y los infantilizamos, dejándolos a veces en un lugar desde el que no tienen visibilidad ni autoridad.
Y desde ésta sutil, inconsciente y silenciosa violencia que ejercemos sobre
el otro –sin darnos cuenta claro!-, se va abriendo una grieta en el corazón de nuestros hijos–también silenciosa e invisible- y vamos transmitiéndole esa manera de relacionarse con el otro.
Es así como se va instalando en nuestros hogares, a partir de lo que no percibimos de nuestras relaciones, la violencia invisible, que descuida allí donde pensamos que estamos cuidando y que genera malestar y neurosis ya desde los primeros días en la vida de nuestros niños.
Hay una frase sistémica que dice: “el camino hacia el padre pasa por el permiso de la madre”, lo que significa que es el discurso materno el que nombra al padre y le da su lugar.
Primero está la pareja y gracias a ella luego llegan los hijos! El espacio de la pareja tiene que estar siempre libre. Tomémonos un momento para valorar cómo miramos al otro, cómo le damos o no sitio, qué es lo que debemos re-situar.
Porque para cuidar bien de los niños, primero tenemos que cuidar bien de nosotros y de nuestra pareja, y entonces, sin tener que hacer nada, ya les estamos cuidando!
Los pequeños grandes gestos de amor, de unión, de aceptación, cuidan más que cualquier teoría, cualquier terapia, cualquier método desde el que intentemos aferrarnos!